Invasión Samurái de Corea, 1592-1598

La invasión samurái de Corea fue el primer intento japonés de expandirse a gran escala por Asia. Tras poner fin a las constantes guerras feudales y conseguir unificar todo Japón bajo su mando en 1591, el general Toyotomi Hideyoshi decidió enviar a sus invencibles samuráis a realizar una nueva hazaña: la conquista de China. Para ello, antes debía conquistar Corea con el objeto de usarla de base avanzada desde la cual enviar suministros y refuerzos a sus ejércitos. En 1592, los samuráis desembarcaron en Corea, iniciándose una devastadora guerra que originó enormes pérdidas económicas y humanas en la región. Una guerra que marcó la historia y las relaciones internacionales entre China, Corea y Japón para siempre.

Un año después de unificar Japón, Hideyoshi Toyotomi decidió lanzar su más arriesgada campaña hasta la fecha: conquistar la rica China gobernada por la poderosa dinastía Ming. Ésta campaña nos puede parecer algo precipitada, pero nada más lejos de la realidad; la expedición había estado en la mente de Hideyoshi desde 1585, aún cuando las guerras feudales aún perduraban. Hideyoshi contaba con informes sobre la potencia militar de Corea y China trasmitidos por los “wakos”: los piratas japoneses que periódicamente asolaban las costas de éstos países, y su pretensión de conquistar la vasta China, no era ninguna locura; sabía que conquistando la capital de Beijín y destronando al emperador Wanli de la dinastía Ming el resto del país se fragmentaria en facciones que lucharían por el poder. Para sus enormes ambiciones contaba en aquel momento con una herramienta determinante: un experimentado ejército, forjado en los años de guerras feudales interminables, que no tenía rival, sobre todo después de la gran asimilación que hicieron los samuráis de las armas de fuego europeas.

Corea, gobernada por el rey Seonjo de la dinastía Joseon, era un estado vasallo de China y ambas potencias consideraban a los japoneses poco más o menos que como barbaros ignorantes, subestimando sus capacidades militares y pensando que el único peligro que podían tener eran los ataques piratas, por eso, las únicas medidas eficaces de Corea para defenderse fueron las de crear una poderosa flota artillada capaz de destruir cualquier intento de raid pirata.

En tierra era donde Corea tenía su mayor problema, pues sus ejércitos no eran muy competentes y para defenderse de un ataque japonés terrestre a gran escala necesitaba de una masiva ayuda militar China. El problema es que los ejércitos chinos se enfrentaban a múltiples amenazas: las constantes rebeliones internas, el acoso mongol en las fronteras y los ataques piratas de los wakos japoneses.


El 23 de mayo de 1592, 7.000 soldados samuráis de la primera división al mando del señor feudal o “daimyo” Konishi Yukinaga desembarcaron en la bahía de Pusán, al sur de Corea, siendo los primeros japoneses de los 158.800 de los que constaba la expedición de Hideyoshi que pisaban Corea. La poderosa flota coreana, al mando del cobarde almirante Won Kyun decidió no hacer nada para evitar el desembarco japonés y huyó sin combatir. Por tanto, los ejércitos samuráis pudieron atacar fácilmente la ciudad de Pusán.


El ataque contra las murallas de Pusán fue dirigido por el hijo adoptivo de Yukinaga; So Yoshitoshi (llamado en algunas fuentes So Yoshitomo), el cual puso la ciudad bajo asedio esperando que sus defensores se rindieran y cedieran paso libre a los invasores.


El comandante coreano, Chong Pal, pensó que los japoneses eran unos simples piratas y se negó rotundamente a rendirse, así que al día siguiente, los samuráis de Yoshitoshi iniciaron el asalto de los muros con un feroz fuego de cobertura de los arcabuceros japoneses: soldados armados con arcabuces o mosquetes.


Los coreanos sufrieron enormes pérdidas a consecuencia del eficaz fuego de arcabuz japonés, al que solo podían contrarrestar con andanadas de flechas. Finalmente, la defensa de Pusan se desmoronó cuando el valiente Chong Pal murió de un disparo de arcabuz, rindiéndose inmediatamente sus hombres y entregando la ciudad a los japoneses, los cuales iniciaron una feroz matanza contra los civiles coreanos, una orgia de sangre en la que incluso mataron a los perros y gatos…

Mientras Yoshitoshi atacaba Pusán, Konishi Yukinaga atacó el fuerte de Tadaejin, que defendía una bahía cercana. El comandante coreano, Yun Hungsin, decidió defender el fuerte hasta la muerte, pero su valor no pudo con las tácticas japonesas. Una vez más, los arcabuceros japoneses hicieron estragos en los defensores coreanos del fuerte, permitiendo que sus compañeros pudieran poner escalas sobre los muros y comenzar una lucha cuerpo a cuerpo que acabó con todos los defensores coreanos muertos.


La conquista de Pusán y sus fuertes permitirá que los refuerzos y suministros japoneses puedan desembarcar en Corea sin problemas. Por otro lado, estas dos batallas costaron a los coreanos casi 9.000 muertos, por tan solo unos cientos que sufrieron los japoneses.


Konishi Yukinaga no se entretuvo a celebrar su éxito, siguiendo los principios de la “guerra relámpago” diseñada por Hideyoshi Toyotomi, partió a toda velocidad hacia la conquista de Seúl, la capital de Corea.

Entre Yukinaga y el camino hacía Seúl solo había un último obstáculo, la fortaleza de Tongnae, ubicada en una montaña y defendida por el coreano Song Sanghyeon. Yukinaga intentó obtener un acuerdo mediante el cual se le garantizara el paso libre hasta China, pero los coreanos se negaron rotundamente. Así pues, al amanecer del 25 de mayo, la primera división inició el ataque sobre Tongnae, la cual, tras 12 horas de feroz batalla cayó ante los japoneses, siendo ejecutado Song Sanghyeon mientras aguadaba impertérrito al enemigo sentado desafiante en su puesto de mando. Tras la victoria, los japoneses iniciaron una masacre aún peor que la de Pusán, asesinando a todo ser vivo que encontraban en Tongnae. Nuevamente, los coreanos sufrieron más de 3.000 muertos por unos 300 japoneses muertos.


La ferocidad de los japoneses y el asesinato indiscriminado de civiles que realizaban en cada ciudad conquistada era parte de una política de terror destinada a desmoralizar al enemigo y forzar a que el gobierno coreano se comprometiera a ceder un derecho de pase de los ejércitos japoneses hasta China sin necesidad de más combates. Sin embargo, el gobierno coreano estaba decidido a ser fiel a sus compromisos con China y estas matanzas solo reafirmaban su determinación a resistir hasta el último hombre.


Tras conquistar Tongnae, Yukinaga envió a Yoshitoshi y un grupo de exploradores a reconocer el castillo de Yangsan, que protegía el acceso al rio Nakdong y la costa este.


El terror esparcido por los japoneses había dado sus frutos, pues con tan solo una andanada de arcabucería de los exploradores, el castillo se rindió, permitiendo así obtener a los japoneses del importante rio Nakdong.

Mientras Yukinaga avanzaba hacia Seúl, la segunda división japonesa, al mando de Kato Kiyomasa desembarcó en Pusán el 27 de mayo. Un día después, el 28, llegó a Pusán, la tercera división, comandada por Kuroda Nagamasa.


La segunda división de Kiyomasa avanzó fulgurantemente por la costa este, cubriendo el flanco derecho de Yukinaga y conquistando la importante ciudad de Kyongju el día 30, tan solo tres días después de haber desembarcado en Corea.
La tercera división avanzó por la izquierda, tomó el castillo de Kimhae y avanzó a toda velocidad conquistando en pocos días las ciudades de Unsan, Changnyong y Songju.


Con los flancos asegurados, Yukinaga pudo avanzar tranquilamente por el centro, conquistando el castillo de Miryang y arrasando cruelmente la ciudad de Taegu. El 3 de junio, la primera división se detuvo para aprovisionarse en la ciudad de Sonsan.


Como vemos, la “Guerra Relámpago” japonesa era imparable pese a los desesperados actos de valor de los coreanos. Ante esto, el gobierno del rey Seonjo decidió reorganizar sus ejércitos y nombró comandante de las fronteras al general Yi Il.


Yi Il decidió concentrar a gran parte de sus tropas con el objeto de detener a Yukinaga en los accesos montañosos del sur. Sin embargo, el rápido avance japonés impidió que juntara un gran ejercito y tuvo que plantar batalla en una colina cerca a la ciudad de Sangju con tan solo 1.000 hombres. Yukinaga aplastó a Yi Il fácilmente, sus arcabuceros abatieron a los coreanos de la colina silenciando sus andanadas de flechas. Tras eso, los samurái cargaron colina arriba acabando con el resto de defensores. Yi Il perdió 700 hombres y se vio obligado a huir con el honor por los suelos.


Ante la gravedad de la situación, Yi Il se atrincheró en la fortaleza de Chungju, para defender el Paso Choryong, el único y vital paso de montaña que separaba a los japoneses de Seúl. Sin embargo, el gobierno coreano había perdido la confianza en Yi y envió a la zona al nuevo comandante al mando: el general Shin Rip que traía consigo una división de caballería de 8.000 soldados. Shin pensaba que su superioridad en caballería le permitiría acabar con los japoneses en campo abierto y decidió enfrentarse a ellos en una llanura de arrozales. Shin desconocía que la división de Yukinaga se encontraba ya al completo de sus efectivos y tenía a su disposición más de 18.000 hombres.


En la conocida como “Batalla de Chungju” los coreanos lanzaron carga tras carga de caballería sobre el barrizal de los arrozales contra los arcabuceros atrincherados de Yukinaga. Una verdadera locura que terminó con la derrota total de los coreanos, más de 3.000 muertos entre las tropas y el suicidio de Shin Rip. La fortaleza de Chungju cayó casi inmediatamente después, abriendo el camino hacia Seúl.


En Chungju se reunieron las tres divisiones japonesas, pero los celos de Kato Kiyomasa por los enormes éxitos de Yukinaga impidieron que entraran juntas en la capital, el arrogante Kiyomasa intentó entrar antes que Yukinaga en la capital, pero eligió mal el camino a seguir y humillado tuvo que dar marcha atrás, llegando a Seúl un día después de que Konishi Yukinaga hubiera tomado Seúl.


La corte coreana había abandonado Seúl antes de la llegada de los japoneses para establecerse en Pyongyang, su situación era desesperada y solo la ayuda china podría salvar lo que quedaba de su devastado país. Pero los chinos estaban más preocupados de acabar de suprimir sus rebeliones internas que de ayudar a Corea, no sabían que el peligro japonés para China era mayor de lo esperado, pues para entontes ya había ocho divisiones japonesas sobre Corea, mas una novena en reserva, lo cual sumaba un ejército de más de 150.000 hombres…una amenaza nada despreciable, sobre todo teniendo en cuenta su alto grado de entrenamiento militar.


El nuevo comandante en jefe coreano; Kim Myong-won decidió utilizar la barrera natural que formaba el río Imjin para detener a los japoneses, desplegando en su orilla a 12.000 soldados encargados de impedir que los samuráis cruzaran el río.
Mientras Yukinaga descansaba en Seúl, su rival, Kiyomasa decidió emprender el ataque al norte de Corea por su cuenta, pero al llegar al río Imjin se percató de que no tenía botes con que cruzarlo. Tras dos semanas buscando infructuosamente botes o madera con que construirlos, Kiyomasa tuvo que dar marcha atrás.


Kim Myong-won interpretó la retirada como una derrota y decidió cruzar el rio para atacar a los japoneses, pero, tras derrotar a la retaguardia japonesa, acudió el cuerpo de tropas principal de Kiyomasa y aplastó a los coreanos, causándoles muchas bajas y lo más importante, capturando los botes en que los coreanos habían cruzado el rio.
El general Kim Myong-won se replegó hasta la fortaleza de Kaesong, pero la pérdida del rio había sellado su destino y la fortaleza cayó enseguida. A los japoneses solo les restaba ocupar la ciudad de Pyongyang para consumar su conquista de Corea.


Mientras los señores samuráis competían por ver quién obtenía más laureles en la campaña, Hideyoshi envió un grupo de militares y funcionarios, liderados por Ukita Hideie, uno de sus mejores generales, para hacerse cargo de la administración del país. Entre este grupo destacaba la presencia del posteriormente famoso Ishida Mitsunari como funcionario civil.

Hideie puso orden entre los generales samuráis y elaboro un plan simple para continuar la campaña: Las divisiones de Yukinaga y Nagamasa tomarían Pyongyang y después avanzarían hacia el norte, la segunda división de Kiyomasa avanzaría hacía el noreste, asegurando el control de la costa hasta el territorio chino y el resto de divisiones se encargaría de pacificar el país, asegurando las provincias del este y del oeste y acabando con las bandas de guerrilleros coreanos que atacaban los suministros japoneses.


Siguiendo el plan, Kuroda Nagamasa se unió a Konishi Yukinaga y los 30.000 hombres de ambos generales pusieron cerco a la ciudad de Pyongyang, la capital norteña y sede del gobierno coreano, que estaba defendida por unos 10.000 coreanos. El rey Seonjo huyó de nuevo de la ciudad nada más ver a los japoneses campando en las afueras y se dirigió a la frontera con el rio Yalu, por si tenía que escapar a China.


El 24 de julio de 1592, tras dos días de lucha, la ciudad de Pyongyang cayó en manos japonesas, otorgando nuevos laureles a la excelente campaña de Konishi Yukinaga.


Por su parte, Kato Kiyomasa, culminará la ocupación de Corea con una épica campaña a través del noreste de Corea que lo llevará hasta la ciudad de Kyongsong y la cercana frontera con China. Ésta última campaña había dejado el camino libre para que los japoneses pudieran invadir China, sin embargo, el destino quiso que fuera precisamente un coreano el que frustrara sus planes.


El almirante coreano Yi Sun-Sin fue el hombre destinado a cambiar la historia, al contrario que los cobardes almirantes; Bak Hong y Won Kyun, que además de negarse a enfrentarse a los japoneses destruyeron sus propias flotas y huyeron a tierra, Yi Sun-Sin decidirá encarar a los japoneses con gran arrojo y sus victorias en el mar restituirán el honor coreano perdido en tierra.


El almirante Yi Sun-sin reunió cuanto barco pudo encontrar en una flota de 90 navíos, de los cuales solo 24 eran barcos de guerra, siendo el resto barcos pesqueros y botes grandes. El 13 de junio de 1592, ésta flota consiguió sorprender en el puerto de Okpo a una flota de 50 barcos japoneses. En el combate subsiguiente, los coreanos aprovecharon la superioridad de sus barcos de guerra, armados con poderosos cañones para hundir toda la flota japonesa sin perder un solo barco. Esta gran victoria ponía de manifiesto el retraso japonés en incorporar las armas de fuego en sus barcos (mismo retraso que tenían los coreanos en incorporarlas a sus ejércitos de tierra).


Pero el mayor logro de Yi Sun-sin será la creación a partir de modelos previos de un “Barco Tortuga”: un barco impulsado por remos que alcanzaba grandes velocidades, estaba armado con 30 cañones, contaba con un gran mascaron de proa en forma de dragón con cuatro cañones en su interior y lo más importante: un techo que protegía a la tripulación de los disparos de flechas enemigas. Este “barco acorazado” fue clave para que Yi Sun-sin consiguiera derrotar a los japoneses en numerosas batallas navales que culminaron en la Batalla de Hansado, acontecida el 14 de agosto de 1592 y en la cual, tres barcos tortuga y 54 buques de guerra coreanos aniquilaron una flota japonesa de 73 buques, destruyendo 60 y obligando al resto a escapar gravemente averiados. Tras esta derrota, Hideyoshi Toyotomi ordenó a sus hombres no librar más batallas navales.

La intervención del almirante Yi Sun-sin cambió el curso de los acontecimientos, pues impidió a las tropas japonesas avanzar más hacia el norte, ya que no podían contar con suministros por vía marítima con los que abastecer a sus tropas.


Los japoneses, incapaces de invadir China se tuvieron que contentar con ocupar Corea, pero habían perdido la iniciativa, lo peor que puede ocurrir en una guerra, los constantes ataques de grupos guerrilleros coreanos y monjes budistas les tenían en vilo y por si fuera poco, China había despertado de su letargo, había puesto fin a todas las rebeliones internas y sus enormes ejércitos se encaminaban hacia el sur para liberar Corea.


Inicialmente, el emperador Wanli envió a Corea una fuerza de 3.000 soldados chinos al mando del comandante Zu Chengxun. Pese a contar con tan exigua fuerza, el 23 de agosto de 1592 Zu Chengxun consiguió atacar por sorpresa Pyongyang, tomando a los japoneses completamente desprevenidos. Sin embargo, la pequeña fuerza china no pudo aprovechar su éxito inicial y finalmente fue derrotada por un furioso contraataque japonés.


Tras esta primera toma de contacto, el emperador chino decidió actuar con mayor contundencia y a principios de 1593 envió a Corea un poderoso ejército de 100.000 hombres, en el que había cerca de 3.000 arcabuceros y un gran número de cañones, bajo el mando del experimentado general Li Rusong. El rey Seonjo puso los remanentes de sus soldados coreanos, las milicias y los monjes guerrilleros, en total unos 15.000 hombres, bajo el mando del general chino.


Li Rusong usó a sus aliados coreanos de exploradores y guías para sus ejércitos, lo cual le permitió avanzar rápida y seguramente hacía Pyongyang, la cual puso bajo asedio el 6 de febrero. Pyongyang estaba fuertemente amurallada, pero Li Rusong era un experto general y decidió someter la ciudad a un incesante cañoneo que “ablandara” las defensas. Días después, el general chino encabezó un feroz asalto que le permitió tomar las defensas exteriores. Poco después, los japoneses de Konishi Yukinaga, abrumados por la gran superioridad numérica china, decidieron abandonar la defensa de la ciudad y replegarse hacía Seúl.


Esta gran victoria china generó un exceso de confianza en Li Rusong, el cual fue emboscado por 40.000 japoneses y estuvo a punto de morir en la Batalla de Pyeokje el 23 de febrero de 1593. Una batalla en la que los japoneses causaron 6.000 bajas a los chinos sin sufrir pérdidas de consideración.


Tras la victoria, los japoneses decidieron contraatacar lanzando una ofensiva contra el Castillo Haengju. Pero en esta ocasión, el mando lo ejercía Ukita Hideie, quien pensaba que podría tomar la fortaleza solo con la superioridad numérica, un error que le granjeó ser derrotado tras sufrir sus fuerzas más de 10.000 bajas en los suicidas ataques frontales que ordenó sin ningún fundamento.


La estupidez de Hideie decidió la campaña, Li Rusong recuperó la confianza perdida en la Batalla de Pyeokje y reanudó la ofensiva contra los japoneses, los cuales decidieron concentrar a sus tropas en Seúl para hacer frente de forma conjunta al enemigo.


En Seúl, los generales samurái se reunieron para decidir cómo afrontar la ofensiva China. La situación estratégica era desesperada, pues solo quedaban 53.000 soldados en disposición de combatir. La escasez de suministros y comida había generado una gran hambruna, acompañada de epidemias que había diezmado a los japoneses.


La derrota en el mar impedía recibir aprovisionamientos y refuerzos y se podía decir que la guerra estaba perdida para los japoneses. Finalmente, tras incendiar Seúl, los jefes samuráis decidieron replegarse hasta las fortalezas de la provincia de Gyeongsang para defender el puerto de Pusán y evacuar el país si la situación empeoraba.


El 19 de mayo de 1593 las tropas chinas entraron en las ruinas de Seúl y se prepararon para expulsar a los japoneses del resto de Corea. Mientras, Ukita Hideie decidió resarcirse de su gran fracaso en la toma del Castillo Haengju y se lanzó al asalto del Castillo Chinju, una fortaleza que había resistido.


Hideie reunió a todas sus divisiones y a cuanto soldado pudo encontrar, hasta reunir un ejército de 90.000 hombres con el que asaltar el castillo antes de que los chinos pudieran mandar refuerzos. Pese a que el castillo estaba defendido por 60.000 coreanos al mando del General Kim Cheon-il, fue tomado finalmente el 27 de julio tras un feroz asalto de la división de Kato Kiyomasa. Esta última victoria japonesa se convirtió en un terrible baño de sangre en el que murieron todos los coreanos que se encontraban en la zona.


Esta última victoria permitió que los japoneses pudieran mantener sus fortificaciones costeras y su ocupación del sur de la península coreana. A partir de entonces la guerra entró en una especie de calma, sin que ningún bando realizara operaciones de envergadura. Por otro lado, los diplomáticos de ambos bandos realizaron cuantiosas gestiones para intentar encontrar una salida al conflicto.


Los coreanos, por su parte, aprovecharon su dominio del mar y la tregua que existía en tierra para realizar una compleja reorganización militar, modernizando sus ejércitos y reformando sus castillos y fortalezas para mejorar sus defensas frente a las armas de fuego.


Entre 1594 y 1596, Hideyoshi y la dinastía Ming negociaron llegar a una paz mediante la cual se repartirían virtualmente Corea, el norte sería para China y el sur para Japón. Pero cuando las negociaciones estaban a punto de concretarse, China dio marcha atrás, confiada en que con la superioridad de la flota coreana en el mar y de sus ejércitos en tierra la victoria no podría escapárseles de las manos. Hideyoshi estalló de rabia ante el doble juego chino y ordenó lanzar una nueva ofensiva contra China y Corea.


A comienzos de 1597 las hostilidades entre ambos bandos se reanudaron, dos ejércitos japoneses, al mando de Kobayakawa Hideaki reforzaron a las guarniciones japonesas en el sur de Corea, sumando una fuerza conjunta de casi 140.000 hombres. Pero esta vez los japoneses encontrarían un ejército coreano que había aprendido de sus derrotas y se había convertido en un gran rival, al que reforzaba un numeroso ejército chino.


La ofensiva japonesa comenzó exitosamente con el asalto y conquista del Castillo de Namwon y de la Fortaleza de Hwangseoksan, pero en poco tiempo los japoneses se vieron obligados a detenerse ante la resistencia enemiga y la escasez de suministros ocasionada por el dominio marítimo enemigo. Poco después, el ejército chino emprendió la ofensiva con el objeto de tomar las fortalezas costeras japonesas.


Los japoneses consiguieron defenderse exitosamente, pero sabían que la victoria era casi imposible y decidieron prepararse para retirarse a Japón cuando se presentara la ocasión.


En mayo de 1598, 70.000 soldados regresaron a Japón, mientras que otros 60.000 continuaron defendiendo épicamente sus fortalezas frente a los continuos asaltos chinos y coreanos.


El 18 de septiembre de 1598, Hideyoshi, en su lecho de muerte, ordenó la retirada de todas las tropas japonesas en Corea. Con la muerte de Hideyoshi moría el sueño de grandeza japonés, y Corea y China se verían libres de la amenaza nipona durante varios cientos de años.


No será hasta el siglo XX, que Japón retomará su sueño imperial y volverá a llevar la guerra hasta Corea y China, reanudando las vergonzosas masacres que sus antepasados samuráis realizaron en el siglo XVI.

El daño que recibió Corea en esta contienda fue enorme, sus pérdidas humanas, calculadas en casi un millón de personas, fueron terribles y a estas se sumó la destrucción de su economía y de sus principales ciudades.


Fuente: senderosdelahistoria (Marco Antonio Martín García)

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